Vivir (muy bien) sin el sol

Teresa Muñiz
Fotografía: Teresa Muñiz

Se lamenta mi amigo Domingo porque el día que leyó mi artículo sobre la mejor sopa de verduras del mundo -que celebraba las primeras horas luminosas del año- “no le acompañó el tiempo”. El jueves 23 de febrero el cielo de Madrid estaba encapotado por un toldo amarronado de “brumas del Sahara”. Los amagos de primavera en febrero son demasiado engañosos; los belfos del invierno ahuyentan los rayos del sol y el empuje de la primavera aún es niño. Si buscamos luz, claridad, lumbre o el esplendor de la tarde dorada, debemos de acudir a la imaginación o -si esta se resiste- bucear en los recuerdos tibios que nos devuelve nuestra vida o nos lega la literatura.

Por ejemplo, llevarnos a la boca un verso, el último y acaso más sublime que escribiera Antonio Machado en su exiguo exilio francés, en febrero del 39 y solo unos días antes de fallecer: “Estos días azules y este sol de mi infancia”. Ahí se encuentra todo el calor necesario donde acurrucarnos y buscar la caricia feliz de los días de abrazo. Porque el bienestar, el optimismo, la esperanza que estimula la sonrisa y los estados más dulces del hombre vienen de la mano de la claridad y el sol.

Nuestro Mediterráneo está repleto de canciones, inscripciones, papiros, discursos y literatura en los que la felicidad, el placer y las emociones que perduran en la memoria vienen de la mano de la transparencia de nuestro sol, su tibieza y color. Los unimos a la infancia al creer que solo los alcanzamos siendo niños, pero no es del todo cierto. Lo verdad es que la niñez -estado de inocencia- atrapa de manera más intensa y sincera lo auténtico, que se nos agarra al alma como tatuaje indeleble. Pero la claridad, el calor que se nos cuela domado por la piel y “los momentos”, no es privativo de la infancia, nos sigue como beso de enamorado toda la vida sin que nos demos cuenta la mayoría de las ocasiones, pues estamos demasiado ocupados en defendernos de ese pulpo que nos ahoga en la vida diaria.

No es casualidad que todo el mundo blanquísimo del norte busque de manera tan desenfrenada el sol, ni que los habitantes del sur, tan curtidos a causa de sus rayos, le continuemos adorando como el único dios cierto. Como casi todo lo sustancial que hemos llegado a conocer los hombres, fue anticipado por los poetas. Luego vinieron la experiencia y la ciencia para confirmar la relación íntima de nuestra temperatura corporal con esa parte del cerebro que llama al optimismo, la celebración y, en general, los estados de bienestar sensual.

Así que a falta de sol y de lumbre, acudir al recuerdo es como vivir ese tiempo de panales silvestres. Todos hemos consumido el mejor vino de nuestra vida bajo una parra de levante, o disfrutado de una cerveza única plantando cara a un sol rojizo que se revienta en el horizonte. Buscamos en el restaurante la mesa que mira a esa luz que nos alcanza esa maroma de aire transparente a través de la cual penetramos el horizonte y, en nuestra terraza de verano, tenemos una hora fija para hablar de amor con el vientecillo.

Sí, amigo Domingo, se trata de reanimar el niño escondido junto al corazón y dejar que busque el mejor recodo para nuestro bienestar. Para saber dónde anida la mejor temperatura, no necesitamos averiguar el lugar de la plaza donde se sienta el cura a leer el breviario, o se hace un ovillo el gato, sino arrumbar de manera rutinaria tanta consciencia que nos refleja una realidad tan triste.

Anoche llovió barro en Madrid. Lo supe al ver por la mañana los coches hechos un churrete. Pero no me he dejado vencer. Ahora sueño que viajo en un jeep polvoriento, con aquellos que quiero, camino de un oasis en el corazón de Libia. Google Maps nos informa de que allí la guerra no llegó y se mueven unos cuantos puntitos blanquecinos que nos esperan.

Es un lugar al que ahora no van los ricos por miedo y los precios caen en picado. Con un gran esfuerzo nos lo podemos permitir. Vamos a pasar unos días bajo el sol de las palmeras y la paz del Islam. Domingo, ¿a que este viaje es tan excitante como nuestros juegos de niños? El placer siempre está más cerca del calor y la imaginación. Si a ambos le unimos la piel, ya tenemos la otra triada divina.

Teresa-Muñiz3-150x150TERESA MUÑIZ: “En numerosas ocasiones, paseando, asomada a una ventana u observando un objeto, nace en mi la necesidad de detener esa visión. Poseer esa imagen de una manera instantánea y veloz nada tiene que ver con mi trabajo pictórico, pero me sirve de referencia y confirmación de lo que en ese momento me interesa. Esta reflexión viene al caso porque, conversando con Pepe Nevado y celebrando nuestra colaboración tan fructífera que culminó con la publicación del libro Pan Soñado, se me ocurrió proponerle seguir caminando juntos pero en esta ocasión con fotografías. Aquí están”.

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