Rendirse a lo pequeño

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Fotografía: alberto-ilieff.blogspot.com.es

Nuestro mundo institucional y público (también el cultural y periodístico) está saturado de grandilocuencia; palabras y eslóganes como globalización, cambio climático, inteligencia artificial, espionaje planetario y tantos más lo impregnan (manchan) todo. Con ellos nos quieren describir qué es el mundo actual y al tiempo imponernos unas metas imposibles de alcanzar, sobre todo porque no entendemos lo que nos quieren decir.

“Estas políticas nos llevan al pleno empleo”, proclaman, “España ya ha dejado atrás la crisis, todo el mundo nos felicita”. Pero aquello que observamos en nuestras casas y alrededores no nos traslada nada de ello; con demasiada frecuencia canta lo contrario. Así es que cada vez estamos más alejados de esas personas y sus máquinas que nos anuncian un mundo feliz tan abstracto.

Claro que nuestra decepción no acaba aquí. Si tenemos sentido crítico y acudimos en búsqueda de luz y consuelo en la orilla de aquellos que dicen representar a la gente, nos encontramos con que sus soluciones más extraordinarias consisten en poner un impuesto a la Coca Cola o que Iberdrola proporcione luz gratis a los pobres, pues ambas multinacionales ganan demasiado dinero y sus máximos dirigentes son ricos.

Así que no entendemos a nadie y ningún líder social del momento parece que toque tierra de verdad. Un buen alivio para zafarte de las garras de este extravío histórico que nos aturde pudiera ser el retorno al disfrute de lo pequeño, de aquellas cosas, palabras o emociones, que se pueden tocar, comprender y sentir.

Si nos abrimos a espacios por donde caminan personajes de ficción tan humanos como mágicos, lo probable es que vengan a nuestro encuentro los cuentos breves, intensos y precisos de Munro, o los relatos de Chejov, sensibilidad y humor recostado siempre; incluso nos atreveremos de nuevo con la fantasía dolida del Kafka más selecto o la explosión del miedo más innovador y desconcertante que creó Poe para siempre jamás.

Pero también tener el oído alerta a las historias mínimas que cuentan en la radio mujeres pobres que reconocen como un gran logro personal el haber podido comprar este invierno una estufa con la que calentar el salón; o ese recado que sale de la boca de un sindicalista cuando sostiene que a medida que hay más trabajo, más pobre es el obrero. Palabras como las de Manuela cuando denuncia con voz serena cómo la diputación lleva cinco años prometiendo que ya va a llegar la acometida de la luz, pero ella lleva más de un lustro a oscuras, o la petición de Lorenzo clamando por un préstamo de 10.000€ con el que mantener en pie su negocio de queso artesano, pues de lo contrario tendrá que cerrar así que pasen las fiestas.

El arrinconamiento del populismo y la recuperación paulatina del crédito de los políticos también pasa porque nos rindamos ante lo pequeño. Nadie nos relata el mundo que nos envuelve con palabras emocionadas que se entiendan. Sin ir muy lejos, ayer mismo el periódico de mayor difusión en España, El País, titulaba en portada así: “PP y PSOE pactan los límites de la reforma constitucional”. ¿Y qué? dirá la mayoría. Las palabras ya no viajan con el morral repleto de significados concretos; parece que también hubieran sido secuestradas por la realidad virtual o el gigantesco performance en que el nuevo capitalismo ha convertido el mundo .

Un comentario en «Rendirse a lo pequeño»

  1. La grandilocuencia pretende ocultar la incompetencia cuando no supina ignorancia de estos aspirantes y ya ejercientes a vivir a cargo del presupuesto sin dar palo al agua y eso sí creyendo ser lo mas ombligo del mundo. Triste situación

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