Obama nos saluda en el pasillo

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Hemos vuelto a ver hace unos días como Rajoy espera en un descansillo el paso del presidente Obama para saludarlo, aprovechando que va de una audiencia a otra o, acaso, ya se marcha. No es una imagen nueva; a estas alturas ni siquiera la consideramos una descortesía o un acto desdeñoso del primer representante de la gran potencia del mundo con nuestro gobierno: la reconocemos como algo normal. En cinco años al frente del gobierno, Rajoy no ha logrado mantener una sentada a solas con el gran jefe de la Casa Blanca a pesar de los esfuerzos (y recursos) enormes que se supone ha debido emplear para superar el oprobio.

Esta situación tan incómoda, sin embargo, no es algo privativo de Rajoy, ocurría también con Zapatero. Claro que el Presidente socialista dio motivos a los yanquis: no se levantó al paso de la bandera USA en un desfile militar, siendo líder de la oposición en tiempos de Aznar, y luego ya presidente retiró las tropas españolas destacadas en la guerra de Irak sin previo aviso y contra el parecer de la Casa Blanca.

Después de aquel gesto – eso sí, fundado en una impecable decisión democrática, pues Zapatero ganó las elecciones anunciando que lo haría- ya nada fue igual entre España y Estados Unidos. Zapatero ensayaría después durante años todo tipo de trinos, zalameos y arrobos a fin de que Bush, primero, y más tarde Obama lo atendieran, pero no consiguió más resultado que los hombres-alfombra empleados para el caso, Moratinos y Bernardino León, fueran reiteradamente recibidos con portazos, propinados, faltaría más, con exquisita cortesía diplomática.

Estas relaciones tan escuetas con Norteamérica reflejan, no obstante, la posición real que tiene España en el mundo: segunda división. La crisis económica ha debilitado con fuerza nuestro sitio en el concierto internacional, pero no es sólo responsabilidad de ella. El desentendimiento de los asuntos europeos – clave para nosotros – americanos y la apertura a Oriente se inicia con Zapatero. Aquel presidente gustaba sobre todo de remover en los temas internos (conspiraciones en la aldea), como al actual delegar y dedicarse al sillón bol del fútbol y otros deportes. Y ni siquiera tuvieron la habilidad (o acaso la generosidad) de ayudarse en esta parcela con la labor del rey Juan Carlos y, más recientemente, Felipe VI. Por cierto, el joven rey, de continuar así, no saldrá de los límites del coto de El Pardo, no siendo siquiera cazador.

Ahora, según observamos, el único hilo que nos une con el orbe es el que nos liga a Merkel, la señora de los recortes y principal inspiradora de que España se haya convertido en un país low cost que, eso sí, «crece como ninguno».

Pero no perdamos la esperanza, tenemos de ministro de Exteriores al señor Dastis, gran hallazgo de Rajoy y mejor conocedor de los secretos de Bruselas. Este hombre nos redimirá.

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