Contra la comida «normal»

Teresa Muñiz
Fotografía: Teresa Muñiz
Teresa Muñiz
Teresa Muñiz

No acaban de callarse los que atacan la comida creativa (o alta cocina) con el pretexto de defender la cocina tradicional, o cocina normal, como también la llaman. A estas alturas del siglo podría pensarse que los beneficios que derrama esa detestada cocina de autor sobre los fogones normales son palpables incluso para el tacto del manco. Pero no. Insisten los abencerrajes de la pluma, la tertulia y “la grasia” en cargar contra la cocina de escuela que “está matando el gusto y los aromas de las cocinas tradicionales”.
Algunos de estos pontificadores podrían ser disculpados, en parte, porque hablan sin haber disfrutado nunca de uno de esos restaurantes que ametrallan; aunque es menos disculpable que no adviertan las indudables mejoras que esa cocina aporta desde hace años a la restauración normal. Hoy no existe un restaurante nuevo que huela a grasa y se mastiquen los vahos; donde los platos sean tan irregulares como los cantos de las viejas calzadas y al camarero no se le exija pulcritud y buen trato.
Se han aligerado y perfumado las salsas, las cocciones son más naturales, así como más racionales los cortes. Se buscan los sabores puros, o tan solo (¡qué no es poco!) que distingamos en el paladar los diferentes sabores  de los productos. Los vinos llegan cada día más en su punto de temperatura y poco a poco empieza a darse valor al café que tomamos de postre. Todo esto y muchísimo más: decoraciones, presentación y variedad de platos, y mejora significativa de los ambientes fruto del esfuerzo, empeño y talento derrochado por esa cocina tan denostada por  el zorrocotroco.
Sin Velázquez jamás hubiéramos disfrutado de un Picasso, y sin la revolucionaria Coco Chanel hubiera sido imposible el pret-a-porter y luego un milagro como Zara. La mayoría de estos cocineros, apedreados como de pitiminí, vieron los primeros fogones agarrados a los pechos de sus madres cocineras, mesoneras o posaderas. Vienen, pues de la cocina normal o de la escuela especializada y los restaurantes que enseñan, aunque los mejores son los que, además, hicieron volar su imaginación y se dispusieron a salir del terruño para sorprenderse con las nuevas técnicas que revolucionan los productos de mercado. Sus críticos, no; ellos prefieren al cocinero que se duerme sobre el filete de ternera  y sueñan con las albóndigas que hacía su madre y que ya nadie prepara.
Claro que no todo lo que reluce en estos santuarios de los sentidos es cabello de ángel. Abunda el humo que se dice creación, la exageración y la extravagancia propia de los artistas y los multialabados. Menudean los negocios mal orientados, que quiebran con estrépito,  y en ocasiones asombra su temeraria osadía (decenas de grillos enjaulados cantando en la terraza de una noche de verano).
En todos estos extremos son muy parecidos a los grandes de la moda, pues ¡cuántos metros de angoras, alpacas o brocados, de damascos y crepes, de franelas y gasas, de popelines o rasos se pierden en los atelieres porque a los grandes modistos no les inspiran o enfurecen! Pero de igual manera que las pasarelas de París, Milán, Nueva York o Londres  (y Vogue) orientan la moda del mundo, nuestros mejores cocineros inspiran decenas de miles restaurantes y bares de grandes tapas.
Mejor sería que nuestros poco queridos amantes del zarajo y el gazpachuelo manchego normales se dieran unas vueltas por los lineales de algunos supermercados que ofrecen comida preparada. Gran parte de esos platos son normales, todos muy conocidos y bastantes internacionales. Que compren el que más les guste. Verán que se llama pizza pero recuerda al pienso; la denominan tortilla de patata pero es masa amarilla; son canelones de verduras pero saben tal que a heno; lo llaman sushi pero no sabe a nada: simplemente una plasta de arroz lavado.

Teresa-Muñiz3-150x150TERESA MUÑIZ: “En numerosas ocasiones, paseando, asomada a una ventana u observando un objeto, nace en mi la necesidad de detener esa visión. Poseer esa imagen de una manera instantánea y veloz nada tiene que ver con mi trabajo pictórico, pero me sirve de referencia y confirmación de lo que en ese momento me interesa. Esta reflexión viene al caso porque, conversando con Pepe Nevado y celebrando nuestra colaboración tan fructífera que culminó con la publicación del libro Pan Soñado, se me ocurrió proponerle seguir caminando juntos pero en esta ocasión con fotografías. Aquí están”.

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