PSOE Fútbol Club

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Fotografía: PSOE.www.elimparcial.es
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Un gran revuelo interno inunda al PSOE tras la incorporación de Irene Lozano -hasta ayer diputada de UPyD- a sus filas como candidata por Madrid al Congreso. Y resulta entendible. El secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez, mete en el corral de los suyos a la «raposa política» que quiso acoquinarlos -y en casos lo consiguió- desde el banco adversario del Congreso. Fue muy agresiva acusando al PSOE de partido corrupto y dibujarlo, con firme oratoria, como el mejor compañero del PP por los caminos del lodo.

Es saludable que haya una respuesta de este tenor, y que salga a la luz, pues indica que, en esa nave más bien silente y depresiva de Ferraz, aún hay vida y existe el coraje suficiente para decir al jefe que no todo vale. Porque al anterior, Zapatero, se lo perdonaron todo y así les fue.

Sin embargo este episodio político tiene más valor metafórico que concreto. Viene a decirnos que la pobreza política en que vivimos -ayudada por la hosquedad mental de buena parte de sus líderes- crece y engorda. Los partidos siempre incorporaron a sus filas a personalidades relevantes con la única condición de que tuvieran coincidencias con sus idearios. Así, escritores, intelectuales, artistas, científicos, terratenientes y marqueses tuvieron sus minutos de gloria defendiendo con ardor en el pleno del Congreso desde el Fuero Navarro hasta la Justicia Universal.

Lo que ocurre ahora es bien distinto, se trata de incorporar personas «porque nos vienen bien para desempeñar una misión específica». No importa la procedencia de las mismas o si coinciden o no con los ideales del partido: lo decisivo es que añada votos. La política se instala así en el terreno del deporte profesional (¿qué importan los colores?) o en la liga de fichajes de las grandes empresas. Es algo así como cuando el Real Madrid le detrae una estrella al Barça o Goldman Sachs le birla un ejecutivo al Santander.  Pero claro, la reputación y el poder de nuestros políticos están tan mermados que da tanta risa hacer estas comparaciones, como asombro produce que estos se atrevan a imitarlos.

Los políticos más conscientes deberían reflexionar sobre estas derivas. La incorporación a las listas del PSOE de una persona que hasta ayer lo ponía a parir no es sin más «un error» o «una extravagancia», como afirman algunos de sus más cualificados militantes, es bajar un escalón más hacia la irrelevancia.
No hace demasiados años los políticos debatían en programas tan respetados como La Clave, o se exponían a entrevistas comprometidas con periodistas como Iñaki Gabilondo o Antonio Herrero. Luego entraron en tropel a las tertulias hasta  confundirse con los mismos periodistas. Más tarde aceptan incorporarse como famosos en los programas de variedades. En los últimos tiempos han roto a bailar en mítines y platós, y estamos en puertas de que sustituyan a los protagonistas de Sálvame. De seguir en esta inspiración es fácil adivinar que los veremos en Gran  Hermano.
Demasiada banalización de la política como para que se la tome en serio de nuevo. Si bien los tiempos nos conducen hacia un achatarramiento de las ideologías, no está escrito que en el mismo viaje sus intérpretes pierdan el decoro.

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