Los espaguetis de Marlon Brando

Teresa Muñiz
Fotografía: Teresa Muñiz
Teresa Muñiz
Teresa Muñiz

La despensa de Gelves parece una chácena de teatro desvencijado. Los alimentos y sus vasijas se aprietan contra un muro de ladrillo oscurecido por el tiempo. Allí donde debería estar colocado un sombrero de espadachín, reposa una hermosa escarola; en el lugar apropiado para las capas, los mantones, fulares y boas, se exhiben dos buenas ristras de ajos; en el lugar que un afanado atrezzista colocaría zapatos y/o borceguíes, las máscaras y los grandes cinturones, se alinean las viejas orzas que guardan el queso en aceite, chorizo en su manteca y las judías a granel. En este amontonamiento alimentario, donde se perdería el mejor zahorí, sólo pueden desenvolverse Gelves y su hijo adolescente, que llaman Peti.
Hemos sido convocados (en mi caso enchufado por el amigo de un amigo) a conocer los espaguetis mafiosos que prepara este buen hombre en su casa/chambado enorme de las afueras agrícolas y suburbiales de Alcalá de Henares, en Madrid. En la estancia –que también podría servir de refugio para bandidos y aún terroristas- todo lo que se ve, desde los restos de cortinas hasta el aire que se arremolina, está como fuera de sitio o maltratado. Lo único que nos recuerda a la normalidad es el potente fogón de gas con el que se maneja Gelves y la amplia mesa rectangular bajo una parra, aún no podada, con sus pámpanos sucios y mendigos.
Somos  doce. La mayoría hemos acudido con una botella de vino; otro una tarta de merengue, cómo no, y Rita, una gallega que llegó a ser alto cargo, aporta una empanada. Pero nuestro anfitrión se ofusca  como un oso violento: “¡En mi casa jamás se ha comido una empanada: todas están rellenas de porquería!”. Dicho lo cual, toma la empanada por el envoltorio que la protege y la tira a la basura con un golpe de muñeca decidido y muy audaz.
“Abrid el vino que queráis; en esas mesas hay patatas fritas, morcón, chorizo, mejillones… Comed  lo que queráis y venid a ver cómo preparo la salsa de los espaguetis”. Todos nos agrupamos en una especie de corro de la patata y contemplamos:
“Lo primero es calentar un buen chorreón de aceite de oliva. Yo lo prefiero picual, del Jaén profundo” Cuando humea, le echa seis o siete dientes de ajo picado en láminas. Bailan pronto. De inmediato vacía en la sartén, tan negra como una chimenea milenaria, un kilo y medio de tomates pelados y picados como el pescador trocea la patata del marmitaco: a guinarrones. Le da sus buenas vueltas. El fuego ahora es una llama que alarma. Pronto lo baja un tanto y vuelve a la carga con un concentrado de tomate. Vierte como medio kilo.”Últimamente lo compro en la tienda del restaurante Da Giuseppina, un sardo con magníficos productos”. Damos cuenta del primer vaso de vino. El morcón vuela. “Lo compré en un pueblo de Ávila”. Empieza a cantar lo que parece un bolero, pero pronto deriva hasta  Compay Segundo (“María Cristina me quiere gobernar, y yo…”).
“Esto ya va estando. Observad qué albóndigas“. Es un kilo o más de pelotas perfectas. “Me gusta que domine la carne de cerdo, las deja muy jugosas. Abuso a conciencia del perejil, la cebolla y los cominos”. Luego vierte seis salchichas de más de quince centímetros: “La compré en la misma carnicería que el morcón”. Caen después dos o tres chorizos troceados y ya cocidos. “Esto va estando. Pásame una botella de rioja de cosechero, es más afrontadito”. Le arroja un buen vertido a caño batiente. A continuación un puñado de azúcar que él mismo toma del paquete. El acto acaba con una lluvia de cebolla muy picadita, menta, orégano…
El recipiente donde cuecen los espaguetis es un barro oscuro ancestral y enorme. Esa faena no merece su atención, la vigila el ojo de su hijo Peti. En un santiamén estamos en la mesa. Comienza a sonar un CD con las mejores canciones de Domenico Modugno (Ciao, ciao, Bambina / Un bacio ancora/ E poi per sempre…) que durará hasta el postre. Cuando llegan los chupitos de limoncello, tras devorar más de media docena de granadas enormes, la gallega Rita, que casi no ha hablado en toda la comida (pensábamos que dolida por el episodio de la empanada), proclama que está haciendo una dieta estricta de no consumo de azúcar, que sólo la ha roto hoy. En un mes ha adelgazado tres kilos con sólo olvidarse de las hamburguesas, el alcohol y los refrescos.
Creí que la revelación de un secreto tan inoportuno llevaría a la chanza o al rechazo. Pero no. Gelves le respondió raudo “Yo estoy en ese régimen desde hace más de veinte años. No sé a qué sabe la Coca-cola, desconozco cómo decoran las tiendas de McDonald’s y sólo bebo una copa de vino cuando como con un amigo”. Pensábamos que iba de coña. Pero no. Su íntimo amigo Ansaldo, allí presente, lo confirmó. Y a partir de ese momento aquella comida -en la que sólo faltaban las recortadas sobre el fregadero y los guardaespaldas merodeando por los límites de la casa-  se convirtió en una repulsa del azúcar, sus pompas y sus obras.
“El azúcar es el enemigo moderno del hombre  -proclamó Gelves – tanto como en otro tiempo fueron las grasas”. ¿”En otro tiempo?”, se extrañó alguien. “Si, en otro tiempo. Ahora todo el mundo sabe como joden las grasas saturadas, aunque muchísimos las sigan tomando. La novedad es que creíamos que los azúcares esparcidos por mil alimentos eran inocentes. Y no lo son: dañan tanto como las peores grasas”.
En la despedida quise conversar con nuestro amigo cocinero y anfitrión sobre la incongruencia de todos nosotros, unos abstemios comiendo y bebiendo como un pantagruel. No me dejó terminar. “¿Incongruencia? Ninguna. Lo que hemos hecho hoy es pecar. Y pecar un día no sólo no está prohibido, sino que es vivamente aconsejado por los dioses más sabios del mundo”.

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TERESA MUÑIZ: “En numerosas ocasiones, paseando, asomada a una ventana u observando un objeto, nace en mi la necesidad de detener esa visión. Poseer esa imagen de una manera instantánea y veloz nada tiene que ver con mi trabajo pictórico, pero me sirve de referencia y confirmación de lo que en ese momento me interesa. Esta reflexión viene al caso porque, conversando con Pepe Nevado y celebrando nuestra colaboración tan fructífera que culminó con la publicación del libro Pan Soñado, se me ocurrió proponerle seguir caminando juntos pero en esta ocasión con fotografías. Aquí están”.

Un comentario en «Los espaguetis de Marlon Brando»

  1. Buenas noches Pepe, seguro que este nuevo periplo, que
    se inicia con espaguetis y fondo de montes astures, llegará a buen termino.
    Un abrazo

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