Los Símbolos en una caja

Imagen de Danny Caminal  y de  Carla Fajardo
Imagen de Danny Caminal y de Carla Fajardo

No existe verano en España en el que no nos tiremos unos a otros los símbolos patrios a la cabeza. Llegaron a ser muy cansinas las «guerras de las banderas» que declaraban todos los agostos los agitadores de HB y su carrusel de simpatizantes. Las fuerzas de seguridad del estado se debían de emplear a fondo, así como jueces y fiscales, para reponer en sus mástiles las banderas de España arrancadas. Los agitadores filoetarras pretendían con esos bandidajes hacer patente que no querían a España, y pisotear su símbolo no era mala imagen.

Ahora es en Cataluña -y otros territorios que quieren «desprenderse de la bota española que les oprime»-donde se reabre la caza de la simbología española. Es verdad que desde hace unos años (justo en el momento en que Convergencia dijo a las claras: ¡A por la independencia!) se ningunea con frecuencia todo aquello que simboliza a España: la estelada quiere ocultar a la bandera constitucional, en tanto que el silbido ahoga la Marcha Real que es nuestro himno. Pero es a raíz de la confirmación de consistorios municipales liderados por movimientos de izquierda de corte radical y republicano (Colau), cuando ha entrado con gran fuerza en ese «lote de los desprecios» la monarquía española y sus reyes.

Nos habíamos acostumbrado, creo que a fuer de cobardía, a ver la figura del rey Juan Carlos ardiendo en sus fotografías y contemplar como crecía el rechazo y la mofa hacia su legado como consecuencia de sus grandes errores de siempre (la gran opacidad de su Casa) y últimos: el elefante y la Corina. Pero de ninguna manera estamos preparados para contemplar como bejan la figura de Felipe VI, casi inédito aunque todo lo que apunta parece certero. ¿Se ha hecho merecedor del abucheo tan pronto? Seguro que no. La mayoría (ver encuestas) deposita en la pareja real grandes esperanzas. ¿Entonces por qué macean con golpes de hierro la gran peana? Me temo que por eso mismo: porque es robusta y puede soportar con ciertas garantía el peso enorme de esta España nuestra que tan jodida fue siempre.

Sorprende también que aquellos que ganaron denunciando las incurías del poder financiero y los políticos que no le pusieron coto o fueron complacientes con él, nada más llegar a las poltronas endilguen sus primeras lanzas contra aquel que sólo puede ayudar. ¿O es qué han advertido tan pronto que esto de luchar contra el capitalismo global y la Europa a la deriva es demasiado complicado?

Resultaría muy deprimente que hubieran adoptado, desde el inicio, como suya una de las máximas de El Quijote : «Con la iglesia hemos topado, amigo Sancho». Si leyeran con mayor atención la obra de Cervantes advertirían que El Quijote hubo de volverse loco para luchar contra la injusticia. Colau y otros, de momento, convierten en acto revolucionario meter el busto de don Juan Carlos en una caja de zapatos. Pena.

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