El rey no quiere regalos

Cuando la noticia diaria mana de ese pudridero en que se ha convertido la España de la crisis y la desigualdad, sorprende positivamente el camino emprendido por el nuevo rey Felipe VI. De manera discreta, sin desplazar siquiera del plano mediático a ese concejal corrupto que se aferra al cargo, va dando lecciones sencillas y claras sobre cómo debe de ser el comportamiento del responsable público del nuevo tiempo. Sobre la base de la discreción -acreditada como práctica común en la Casa de su padre el rey Juan Carlos- comienza su reinado haciendo suyos dos de los valores más reclamados del momento político: austeridad y transparencia. En su discurso de proclamación como rey se autoimpuso la obligación de ir hacia una renovación de la Corona para hacerla «íntegra, honesta y transparente».

Y no pierde el tiempo. Se desmarcó con rapidez de anteriores prácticas haciendo suya la legislación de transparencia (que le queda estrecha porque es raquítica), situó a su hermana Cristina, imputada, frente a su responsabilidad de renunciar a sus derechos dinásticos y ahora da a conocer un Código Regulador, de obligado cumplimiento para los miembros de su Casa y del personal que trabaja para la jefatura del Estado, sobre cómo proceder ante el regalo y las dádivas, los favores y otros halagos con que pudieran ser obsequiados y, acaso, tentados. Todo deberá conocerse, los favores que se rechazan y los que son aceptados, y donde van a parar estos últimos.

Se dirá que sólo son gestos, maneras y buenas intenciones. Y lo son. Pero apuntan en la dirección sana, indican otra manera de hacer y entender la responsabilidad pública. Se podría aventar ya que, al igual que su padre se adelantó a los políticos aperturistas de Franco y a muchos otros que llamaban para sustituirlos, en astucia y osadía políticas para superar la dictadura y abrir paso a la transición democrática, el nuevo rey mete el formón para abrir esta tierra hacia un nuevo escenario donde esté presente la decencia.

En meses previos a la abdicación de su padre, se especulaba sobre las graves tareas que «inexorablemente» habría de afrontar Felipe: la deriva secesionista catalana y el deterioro institucional de una España empobrecida y crispada. Nos equivocamos. Esas son tareas de todos, principalmente del Gobierno. Su lugar pasaba por abrigar la esperanza dando ejemplo él mismo. Le resta encontrar una vía institucional que anime a este país a dejar de ser tan desigual e injusto. Igual sólo tiene que empezar a hablar de ello.

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