Helado en el Bolsillo

Teresa Muñiz. Inicio. Acrílico sobre tela 100 cm x 73 cm. Año 2005
Fotografía: Teresa Muñiz. Inicio. Acrílico sobre tela 100 cm x 73 cm. Año 2005
Teresa Muñiz. Inicio. Acrílico sobre tela 100 cm x 73 cm. Año 2005
Teresa Muñiz. Inicio. Acrílico sobre tela 100 cm x 73 cm. Año 2005

En tanto que la cuarta parte de la humanidad busca desesperadamente qué echarse a la boca cada día, un grupo de empresarios, financieros, tecnólogos y adelantados trabaja por hacerse pronto más ricos acercando el mundo de la alimentación a ese sueño utópico de comer a diario con sólo una pastilla (o papilla), convertir las cocinas en robots o tomar ese cruasán calentito, fabricado en Finlandia el día anterior, en la franquicia de la esquina.

La industria de la agroalimentación y la distribución comercial vienen recibiendo enormes apoyos financieros para desarrollar ideas, productos innovadores y proyectos empresariales ganadores. Cualquier hallazgo de éxito en este terreno se convierte en una mina para el que lo encontró. Algunos consultores panegiristas de este sector económico enorme incluso se atreven a compararlo con el farmacéutico. Y se hacen preguntas retóricas de este tenor: ¿cuántos millones de dólares ganará el primer laboratorio que obtenga la vacuna del Ébola?, ¿qué negocio será el del zumo natural sin azúcar y con todo su sabor?.

En este terreno, al tiempo que los grandes cocineros soñadores se empeñan en mestizar pancetas con humos de heno, o convertir las claras de huevo en anisados celestiales, pululan gafotas de garaje que tratan de transformar en ciencia las emociones que traspasan los poros de la mujer (o el hombre, ojo) en el preciso momento de oler el buen chocolate. Traducen ese bienestar apresado en fórmulas químicas; de ellas obtienen unos resultados numéricos que concretan, de una manera casi exacta, la cantidad de chocolate que un individuo puede comer al año de media sin que se sienta violentado en absoluto por agentes exteriores. Y otros obtienen un helado líquido que puedes llevar en el bolso dispuesto para ser preparado y gustado en todo su esplendor con sólo un chasquido de dedos.

Los ejemplos son numerosos. Aunque abundan sobre todo aquellos empeños que juegan a lo grande: inundar el mundo de bollería desde sólo cuatro puntos geográficos del globo; comer y beber en restaurantes o cafeterías sin esperar a la cuenta y tampoco llevar dinero, pero pagando al cabo; presionar un emoticono en el móvil y que aparezca el mismísimo Arguiñano para cantarte la receta que necesitas. Incluso se trabaja para eliminar de la memoria humana esos olores del jabón con el que te lavaba tu madre, el sabor del queso blando que te daba tu abuela o el primer vino que tomaste a escondidas. ¿Para qué?, sencillo: para disponer del hueco más sagrado de nuestra memoria consciente e inundarlo con nuevos sabores, olores y “bienestares”… que inventan ellos.

De todo esto se habla con frecuencia en España. Al fin y al cabo nos hemos convertido en una suerte de Silicon Valley, eso sí algo descoyuntado, de la cocina traviesa e imaginativa del mundo. Y una cosa lleva a la otra. Es cierto que trasplantar a un Arzak con todo su peso emocional y originalidad a Shangai es muy difícil, pero igual es posible mundializar algunas de sus salsas o hacer volar su bonhomía en un rostro con txapela en el que quepa casi toda la memoria de lo que ha sido su revolución.

Los vascos crearon hace unos años el Basque Culinary Center. Desde allí se dedican a sobar las preguntas que se hacen en este mundo de las ollas y la alimentación global. En este recinto se trabaja para dar sentido científico y económico, por ejemplo, a la cabeza revoltosa y soñadora de personas como Adriá. Algo así como si en su tiempo se hubieran detenido en averiguar si la imaginación de Julio Verne tenía visos de realidad y era práctica. Ahora conocemos que los sueños del escritor francés llegaron a convertirse en materia y hacer historia. De igual manera en estas cocinas-laboratorio se están construyendo llaves que nos abrirán a nuevos futuros. Al fin y al cabo, como dice ese cocinero llamado Adúriz (que además es poeta sin saberlo y místico sin practicarlo) «“Hacemos tantas y tantas cosas que hasta damos de comer»”.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

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