La Patata Bendita

Teresa Muñiz. Sin título, óleo sobre tela 48 cm x 48 cm, 1996
Fotografía: Teresa Muñiz. Sin título, óleo sobre tela 48 cm x 48 cm, 1996
Teresa Muñiz. Sin título, óleo sobre tela 48 cm x 48 cm, 1996
Teresa Muñiz. Sin título, óleo sobre tela 48 cm x 48 cm, 1996

Hace unos días estuve comiendo en un restaurante elegantón que no sólo no se avergüenza de dignificar la patata, sino que la exhibe en su carta como una gloria humilde y excelsa. El restaurante, por demás, se llama Las Tortillas de Gabino, y lo llevan adelante los hijos de unos pioneros de la cocina honesta de Madrid que se sirve en La Ancha. Ítem más, son forofos de la Real Sociedad y que nadie hable mal de Illarramendi, aunque ahora pelotee en el Real Madrid.

Aquí nos encontramos en carta con hasta ocho tipos de tortilla, pero pueden prepararte aquella “que te dicte tu imaginación”. Me quedo con la tradicional Velazqueña de patatas, suelta, jugosa y sombreada por el amarillo tiznado que crea el aceite que ha hoyado con el huevo. Pero mi amigo Kiko se engolfa con la tortilla guisada con callos y la rígida Antonia llega a ponerse incluso solemne ante la de patatas chip con salmorejo.

Sí, otra de las calaveradas que ha perpetrado la modernidad insolvente de la dieta hipocalórica ha sido expulsar la patata de las cartas de los restaurante con mantel de tela, pues no le pega y es cosa de pobres gordos y grasientos. ¡Qué sabrán!. Afortunadamente para los gustadores de la patata (¿verdad gallegos?) no han podido desplazarla de nuestra dieta como sí consiguieron doblegar a las legumbres (¡verdinas a 20€ el kilo!). Se vende como siempre a su pesar y continúa siendo la reina de las neveras y las mesas de hule acompañada del huevo frito. Es nuestra hada escondida, el plato borrado de las cartas, la palabra tabú del cocinero de pitiminí, la gran ausente de las recetas de papel couché, la apestada por los exquisitos, las niñas primavera y otros tantos badulaques.

No podrán con ella porque nunca se acabarán el pobre y su hambre, y porque sus entrelazados tubérculos sobrevivirán incluso a la hozada de millones de jabalíes y porque, además, su historia es tan vasta, noble y hermosa que forma parte de la memoria épica de numerosos pueblos, baila en las canciones populares y fue el objeto más deseado (¿lo seguirá siendo?) de aquellos artistas moribundos por tanta hambre y frío. Recordemos ahora aquel “Cesto con papas” de Van Gogh, una obra de arte parida en la extrema necesidad.

Sí, un alimento tan completo de propiedades y de historias tan nobles como las que protagonizó el trigo, el maíz o el arroz. Porque cuando estos fallaron a causa del capricho de los cielos, o de las canalladas de los hombres, siempre estuvo ahí para paliar la hambruna. Porque, en fin, no he conocido a nadie que no la haya comido y no le guste.

Hace unos cuantos años conviví durante unos días con unos amigos en una barriada obrera próxima a Colonia, en Alemania. Había numerosas familias españolas de diferentes terruños patrios. Competían semanalmente (era su deporte favorito) con la boyantía y el sabor de sus platos regionales y sus productos. No había acuerdo nunca: lo mejor siempre era lo que venía de su pueblo. Sin embargo siempre había un momento para la unanimidad: cuando el gallego aparecía con las patatas recién llegadas de la terra. Sí, la patata siempre trae la armonía y el contento. Y sacia el hambre.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

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