Todos Contentos

Teresa Muñiz. Sin Título. Acrílico sobre tela. Políptico 1.30 cm x 0.26 cm (fragmento) Año 2010
Fotografía: Teresa Muñiz. Sin Título. Acrílico sobre tela. Políptico 1.30 cm x 0.26 cm (fragmento) Año 2010
Teresa Muñiz. Sin Título. Acrílico sobre tela. Políptico 1.30 cm x 0.26 cm (fragmento) Año 2010
Teresa Muñiz. Sin Título. Acrílico sobre tela. Políptico 1.30 cm x 0.26 cm (fragmento) Año 2010

Comer durante estas fiestas por las que reptamos no es tradición, sino maldición; beber no se hace por placer, sino por inundación. Son dos semanas (o más) salvajes. Los langostinos llegan alcanzar por días el punto crítico del descaste, y las patas de jamón o paletas se subastan tal cual las cajas de sardinas en la lonjas. El 24, 25 y 31 de diciembre y 1, 5 y 6 de enero nos estabulamos en casa, con los suegros, el hermano y la cuñada, el amigo y el allegado a la espera del rancho y el riego alcohólico. Las calles se vacían, el tráfico enmudece, la bombilla bailarina de la esquina duda de su utilidad y hasta las aceras se acomodan a largas soñarreras. Nuestros pueblos y ciudades tornan en desiertos de calles armadas de penumbras sólo sorprendidas por ese chino que cierra el negocio o el despistado que se equivocó de calle, de día o de fiesta.

En las casas todo está abierto. Esas tarde-noches no se escatima electricidad. Pero los ajetreos difieren por barrios. Todo depende del número de comensales concertados al papeo, el tiempo que se dedique al aperitivo y el humor que traigan aquellos que equilibran las fuerzas del grupo, o sea, los machos o hembras alfa. Los perros, cuando los hay, se adaptan al remolino ferial como guante de cabritilla a la mano, y los gatos huyen siempre al rincón más oscuro y perdido. La televisión eternamente encendida con Raphael al fondo. La prima jovencita que empolló concita las miradas sesgadas de los rijosos, y es habitual una tía Teresa con ganas de alumbrarnos con la hermosura blanca de sus mamas. La abuela que se queja y el padre mamao, o casi.

Lo más celebrado, no obstante, es el primo Roberto y familia que ha venido este año después de tanto tiempo. Traen historias nuevas que contar, una hermosa corbata él y ¡qué uñas tan bien pintadas ella!. La niña que es monísima y, además, se quedan a dormir en hotel. También ese jamón ibérico de verdad, de Villaviciosa de Córdoba, el vino de crianza de San Esteban de Gormaz, en la Ribera del Duero, los piononos que nos trajo Vero de Granada y ese whisky tan caro que sabe a malta ahumada.

Sin embargo – no nos engañemos – aquello que más desea y teme, al tiempo, la tribu familiar española, lo que la pone y le lleva a rebosar de adrenalina estas noches, son las conversaciones que se traen en tanto se menean los platos. En estos espacios de bla, bla, bla puede desbordarse todo. Las voces pueden reventar los ventanales como pedradas y las risas deshacer los anaqueles de loza. Todo va a depender de la mano que tengan los machos o hembras alfa del grupo para ordenar el tráfico de palabras y, sobre todo, el tino que manifiesten a la hora de dirigir los temas de conversación. Aquí está la clave de bóveda de la noche: la risa o el llanto; el abrazo o el escándalo.

Mi amigo Santucho, padre de siete hijos y hermano de ocho, al tiempo, con más noches de honor que el lucero del alba en advertencias, dice tener una fórmula infalible para que no se desborden los ríos familiares: sugerir viejas historias en las que antiguos truhanes se portaran muy mal con nuestros antepasados, que dañaran con rabia sus pertenencias o haciendas, que humillaran a los abuelos o que incluso los mutilaran o asesinaran. Le vienen de cine algunas historias de su particular ingenio. Anoto una de ellas de forma muy resumida:

“El canalla del tío Canepa no soportaba que los melones y las sandías del abuelo Santiago fueran siempre mejores que los suyos: más gordos y más dulces (…) Los vendía pronto y a mejor precio (…) Canepa no comprendía lo que pasaba (…) Las huertas estaban prácticamente al lado una de la otra, las mismas lluvias, idéntico estiércol, mismo cuidado (…) Como no le hablaba al abuelo, éste nunca le dijo el motivo (…) Pero su odio crecía año tras año. Empezó a sospechar que le echaba algún tipo de pócima para favorecer esa exuberancia (…) Un verano hubo fuertes cagaleras en el pueblo (…) El médico no acertaba a dar razón de la causa (…) Pero el tío Canepa, sí. (…) Eran los melones y sandías de Santiago: ¡estaban envenenados!”.

La historia termina con el abuelo de Santucho detenido en el cuartelillo y luego extrañado del pueblo. Las tierras mal vendidas y su honor por los suelos. Tuvo que rehacer la vida en la ciudad en la que su familia ya alcanza las cuatro generaciones, a causa de un hijo de puta y el cólera no diagnosticado en su momento.

Santucho tiene razón, las historias tenebrosas contra las que litigaron nuestros antepasados son un bálsamo para estos festines. Se evita hablar del paro y Rajoy, de Zapatero, que tanto mal trajo a España, de Rouco y la alcaldesa; de la sobrina que se quedó preñada, de la suegra insoportable y del tío que le casca a la pobre de Juana.

Todos contentos.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

Un comentario en «Todos Contentos»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Cerrar

Acerca de este blog