El olor a historia del vino

Teresa Muñiz. Sin título. Acuarela y temple sobre papel 34 cm x 48 cm Año 2007
Fotografía: Teresa Muñiz. Sin título. Acuarela y temple sobre papel 34 cm x 48 cm Año 2007
Teresa Muñiz. Sin título. Acuarela y temple sobre papel 34 cm x 48 cm Año 2007
Teresa Muñiz. Sin título. Acuarela y temple sobre papel 34 cm x 48 cm Año 2007

Algunos manchegos me han tirado de las orejas por mi anterior artículo, «Vino español, por favor». Incluso los hubo que me provocaron: «A ver si te atreves a escribir con parecida pluma de riojanos o riberas». Y es que esto del vino tira más que las mujeres y la tradición. Es normal. Pero no arranco calentito este comentario por los palmetazos manchegos. En realidad esta nota nace a causa de un vídeo en el que un prestigiado crítico enológico de gran periódico, aparece en medio de una viña junto a una cepa, una botella de vino de la casa en la mano y una larga parla, entre experta y panegírica, sobre el racimo que muestra, la botella que porta, el paisaje que le inunda, la enóloga feliz que aguarda a su lado y el sursun corda. Y me alarmo. Pues no me imagino a la Warner, por ejemplo, patrocinando las críticas de cine de Carlos Boyero o la firma Carrefour animando las estrellas michelín. Pero en nuestro apretado negocio del vino están ocurriendo esas cosas. Debemos estar alerta para no creernos demasiado las músicas que nos llegan y ese comentario tan sesudo que recuadra la imagen de una impecable botella. La crítica tiene algo de conocimiento sobre la materia de que trata, pero sobre todo es la manifestación de un sentimiento. Y estas maneras no lo parecen.

En todo caso, estamos bastante a salvo de estas razzias engañosas porque casi todos los vinos que el enólogo decide llevar a una cata en España suelen ser notables. En esta materia estamos bien equipados. Nuestros vinos vienen de muy lejos, se pierden en la prehistoria. Pero la filoxera y esa calamidad en lucha que fue nuestro país durante el siglo XX nos los legaron exhaustos y desprestigiados hasta bien entrados los años setenta. Los vinos blancos de Medina habían desaparecido; los de Toro se habían convertido casi en una medicina arcaica, y los jumillas, cariñenas o montillas se asimilaron a los «vinos de carretera y guitarrón». Méntrida y Noblejas obsolescencia ácida y los de Campo de Borja y Priorat callados y abandonados en una tierra seca que emigró. Los vinos del Condado de Huelva – eterna carne líquida para la intervención por el Senpa – nunca llegaron a ser importantes, a pesar de manar de la mejor tierra. Y Jerez. ¡Ay los bodegueros del sur!. Llevan cuarenta años defendiendo «los mejores vinos de la tierra» a costa de ayudas públicas y su inaudita testarudez. Creen que su perfección es intocable, que su vino es eterno. No se mueven. Cada día serán más jíbaros pero nunca dejarán de hacer el fino, el oloroso, el palo cortado, el amontillao…

Pues bien, este panorama – menos en Jerez – ha cambiado en los últimos veinte años de manera radical. Los blancos de Medina son hoy los arrolladores verdejos. Al fin tenemos un vino blanco abundante del que presumir, y barato. Los de Toro, asombro de las modernas narices de oro y el sueño del sibarita francés. Los godellos del Barco de Valdehorras y el Bierzo se abren fresquísimos y verdes a un espacio muy amplio. El Bierzo arrancó tarde y con sonoras torpezas pero la uva mencía (la joya de los legionarios romanos) es enorme y sobre ella se levantan algunas bodegas más que interesantes. Ribera de Duero se salió en calidad, variedad, aroma y sorpresa… y también de precio.

Pero no todo camina con este galope. La locura inversora en bodegas (y jamones) de los años felices del ladrillo traen también sus montoneras de carbón. Los paisanos de los altos del Priorat ya no ven pasar a los artistas camino de sus bodegas: muchas están cerradas. Magníficas etiquetas del Duero se tambalean y las experiencias frutales en blancos de Requena, Utiel y Alicante guardan silencio. Los extremeños de la Vega del Guadiana nunca destacaron a pesar del pundonor regionalista con el que son defendidos. La Rioja se protege con la tortuga de su prestigio y espera nuevas oportunidades . Y luego está la Mancha. ¿Qué vamos a hacer con tanto vino?.

Así pues, tenemos buenos, regulares y malos vinos y una crisis morrocotuda tan íntimamente unidos que, a veces, traen episodios que rozan lo exotérico como ese canto de ciego maligno que sobrevoló hace unas semanas por los pagos del corazón mismo de la Ribera del Duero. Se aseguraba que el genio del Dominio de Pingus, el enólogo danés Peter Sisseck, no vendría a elaborar su carísimo Pingus este año porque lloraba en su tierra nórdica la trágica muerte de su jovencísima hija. Volaron los rumores, el futuro de la bodega era una incógnita. Todo por el dolor del enólogo.

Antes mandaba la uva, su cuidado y tratamiento, la tierra y el clima. Ahora el enólogo lo es todo. Una moda que bien parece un error.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

2 comentarios en «El olor a historia del vino»

  1. Siento Pepe no poder criticarte, es que estoy de acuerdo con todos tus comentarios y filosofía.
    Me siento en tu onda y me encata leer tus articulos. Gracias.

  2. Pepe, vaya repaso de los vinos de la piel de toro. He aprendido mas leyéndo estas pocas lineas que en un tratado de enologia. Como dices esta y estos son importantes, pero el saber hacer, como en casi todo, es la base donde plantar la viña. Un abrazo muy fuerte.

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