El Accidente

José Antonio Griñán
Fotografía: José Antonio Griñán
José Antonio Griñán
José Antonio Griñán

El accidente de escalofrío ocurrido en un tren enfurecido que pretendía envestir contra la mismísima ciudad del apóstol Santiago, ha velado el resto de accidentes que nos vienen apaleando durante los últimos años. Hasta ha ocultado la noticia de que, al fin, se había generado empleo en España. Noticia que, por insólita, parece otro accidente. A esta España baqueteada por tanta calamidad pública y económica sólo le faltaba que se le torciera una de las pocas saetas que dan brillo y certeza a la Marca España: la Alta Velocidad Española.

A Rajoy solo le pudo apear de la cabeza la pesadilla de Bárcenas otra catástrofe mayor. Pero igualmente, el fantasma de la contabilidad «b» y los sobres discretos volverá este jueves, 1 de agosto, a sobrevolar el Palacio de la Carrera de San Jerónimo. Y es que los fantasmas son bien difíciles de espantar. En especial son pegajosos y primos de lo eterno los que nos inventamos. Bárcenas es un fantasma real y más pronto que tarde alguien le quitará la sábana. Más jodido es el fantasma de los ERE. Éste apareció como abastecedor de coimas y otras goyerías fabulosas para políticos de segunda «b», aseguradoras y grandes bufetes de abogados (con sus Rinconetes de costumbre, claro), pero el interés político y la fábula prodigiosa con la que se expresa lo han hecho tronar tanto que su ruido ha penetrado en la cabeza del presidente Griñán y puede que le atormente.

Él, hombre culto y amante de la ópera, sabe que el drama se precipita sobre los hombres sin éstos buscarlo. La tragedia es una fatalidad que el destino recrea en la vida de los grandes inocentes. Hamlet o Segismundo lo eran, pero están en el Olimpo de la historia de la cultura como hombres perturbados por una culpa que no era suya. Le sería más provechoso vivir su tiempo histórico igual que uno de los grandes andaluces de siempre, el Gran Capitán. Tras su victoria de Garellano lloró por tantos soldados muertos y caballos perdidos. Cuando bebió sus buenos tragos del gran vino de su tierra, lo hizo para ahogar penas y no para celebrar una victoria. El hombre histórico es el que se olvida de ella y vence a sus fantasmas.

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