El Curioso Cultural

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El curioso cultural por Madrid puede disfrutar estos días de dos joyas creativas bien distintas, pero igualmente emocionantes: la exposición antología de Cristina Iglesias, en el Reina Sofía, y la película documental «Searching for Sugar Man«, de Malik Bendjelloul, sobre un gigante desconocido llamado Sixto Rodríguez. Las dos comparten, además, la aceptación generalizada de quienes las han visto. Casi no habido crítica negativa alguna, pues , cosa increíble, ni los frikis de toda la vida se han colado por la amplias rendijas que dejan los blogs críticos.

Cristina Iglesias, una de las grandes ramas de ese árbol de la cultura y el arte que es su familia donostierra, continúa haciendo crecer la leyenda de los escultores vascos. ¿Qué tendrán en la sangre estos hombres y mujeres del norte para investigar con tamaño acierto en el misterio del espacio con materiales tan toscos y eternos como son el hierro, el cemento, las lurras o las maderas?. Chillida fue el más grande buscador del espíritu que esconde el viento a base de moldear la materia, ora retorciéndola, ora besándola con su mano. Y Cristina Iglesias nos trae el agua de sus arroyos vascos y el retorcido follaje de sus bosques con la determinación de quien quiere fijar sus sueños para hacerlos inmortales. La pulcritud de su obra se parece a la poesía de los místicos y el ruido de sus pozos recuerda a las primeras palabras de la vida: agua que penetra la tierra para fertilizarla.

El documental «Searching for Sugar Man», relata la increíble historia de un cantante llamado Rodríguez. Una historia preñada de hallazgos extraordinarios. El primero de todos es la voz, limpia y definida como una recta, del cantante norteamericano de padre mexicano emigrante. Luego están las letras de sus canciones, auténticos paseos literarios por las calles de la pobreza de Detroit, poética de los años sesenta bajo la piel de Kerouac, las manifestaciones estudiantiles y el descontento. Y bañando todo, la sorpresa de la historia de un hombre que llegaría a revolucionar a centenares de miles de almas sin saberlo y que, al tener noticias de la épica de sus canciones, sonríe, da las gracias y se refugia nuevamente en su humilde casa de albañil por encargo en los suburbio de un Detroit aún más devastado que cuando él nacía a la canción. Es la confirmación más real, concreta y cierta de que los mejores deseos que silvaron al viento los hijos de aquella generación de artistas rebeldes y melancólicos prendieron para siempre en este hombre hasta llegar a hacerlo coherente, sincero, comprometido y feliz por siempre jamás.

Si vagan por la ciudad de Madrid, si dudan por la dirección que tomar, si ese menú de carril se les pone de punta en el estómago, no lo duden, refocilense en las emociones más limpias que emite la ciudad estos días: Cristina Iglesias y la historia increíble del indio Rodríguez.

P,.D.- Cuando se pongan de acuerdo las ratas que se disputan los derechos sobre las canciones de este hombre, saldrán al mercado dos discos portentosos. Mas, como la refriega por la pasta puede durar más de lo aconsejable, bájense algunas de sus canciones que vuelan libres por la red.

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