La Casa Real Necesita Otra Comunicación

Posado de la familia real al completo el 5 de agosto de 2011
Fotografía: Posado de la familia real al completo el 5 de agosto de 2011
Posado de la familia real al completo el 5 de agosto de 2011
Posado de la familia real al completo el 5 de agosto de 2011

El llamado “caso Urdangarin” está siendo algo más que una bomba informativa, es una suerte de riada mediática que no se agota con el paso de los días. Se cuela por todos los registros: prensa, radio, televisión, Internet, redes sociales… hasta llegar a convertirse en el entretenimiento de moda de restaurantes, bares, peluquerías, etc.

Esa fiera incontrolada llamada corrupción que recorre España desde hace demasiados años se aproxima  a su presa más carismática y cimera: la Casa Real. Solo asuntos atronadores como el caso Roldán y el Gal o, más recientemente, la trama Gürtel llegaron a tener tamaña resonancia pública.

Si aquellos casos llevaron al PSOE al disparadero y el último pone al PP en apuros, éste último se ventila en la puerta misma de la Zarzuela y todos sus inquilinos han entrado de una u otra manera a formar parte de ese coro frenético del problema.

Este caso, si lo  observamos  como un accidente -y en parte también lo es- no tiene una sola causa  (que bien podría ser la codicia de Urdangarin), sino muchas  más. Todas, en su medida y a lo largo del tiempo, han venido operando. Veamos:

– Una cierta sensación de impunidad que da estar bajo la “protección real” y la dignidad de formar parte de la Casa.

– Ser testigo, y protagonista al tiempo, de los magníficos años del dinero fácil y los negocios muy jugosos y rápidos.

– Tener bien cerca a  personajes como Matas o Camps; pero no solo a ellos, también a empresarios que querían medrar, o simplemente quedar bien, y socios como Diego Torres, profesor de la prestigiosa y exitosa ESADE, con gran pericia técnica.

– Mantener inservible esa zona de la conciencia que advierte de las prácticas ilegales, o poco edificantes o inmorales… hasta que se despierta una llamada tan atronadora como la del propio rey.

– Empecinarse, a pesar de todo, en el ejercicio de las malas artes y, a 6.000 kilómetros de España, insistir en la práctica de actividades dudosas en lugar de tratar de arreglar desde la lejanía aquello que fuera enmendable.

Con estos antecedentes y una vez que el juez decide tirar para adelante y dar los penúltimos pasos hasta cerrar la instrucción judicial, las posibilidades de Urdangarin para reconducir el escándalo son mínimas.

Y, efectivamente, ha hecho bien poco o, lo que haya intentado, ha sido un fracaso. Porque nadie ha podido parar, o acaso minimizar, el sumario Urdangarin que se abate contra él y llega a salpicar a su familia.

La Zarzuela, sin ‘comunicación actual’

¿Qué puede hacer la Casa Real en un supuesto como este? Muy poco. La Casa carece de armas para detener esta ofensiva mediática (o de realidad exagerada). Como tampoco los gobiernos, cualesquiera que sea su color, o el Tribunal Supremo u otra institución venida de antiguo, como podría ser la Iglesia Católica. Todos pelean con una mano atada ya que no se han incorporado al rol de la comunicación actual.

¿Qué queremos decir con comunicación actual? La metáfora del botijo lo explica bien. Los españoles conocemos mejor que nadie en el mundo las virtudes del agua del botijo: siempre está a la temperatura adecuada, aireada y limpia. Nuestras arcillas blancas del sur, o los caolines rojos son los responsables de la existencia de unos recipientes que hacen respirar al agua y la mantiene viva y apetecible todo el tiempo sin que nunca llegue a perder cualidades y menos aún a estropearse.

Pues bien, las instituciones públicas y privadas de todo tipo deberían mirarse en el espejo de esas aguas si pretenden mantenerse en el tiempo frescas y respetables. Pero a este “nivel tecnológico” no llegan la mayoría de ellas, y menos aún las públicas. Las grandes empresas españolas y no digamos las multinacionales occidentales, sí vienen dando desde hace años esos pasos y observamos cómo les va: mandan y parecen lozanas. Pero nuestra Casa Real lleva viviendo más de tres décadas del prestigio, el carisma y el esfuerzo permanente del Rey y del trabajo y la entrega de su familia.

Pero caminan sobre dos olvidos: que el ciudadano democrático quiere saber cómo emplean aquellos recursos que le entrega, y que  no son perfectos.

Don Juan Carlos inició su reinado con todas las precauciones del mundo y cerró a cal y canto la Zarzuela con todas sus vidas y pasiones dentro a fin de protegerse él y los suyos. Y 35 años de visitas oficiales y noticias amenizadas con música de Mozart o Hendel sin que el “botijo de la comunicación sudara”, comunicara con el mundo ambiente y la vida que crece y hace refrescar el agua, son demasiados.

El Rey y su Casa tendrían que haberse esforzado en hacer una comunicacion cada día más fluida y mejor. No se trata de que no haya tenido buenos responsables institucionales y de comunicación, no, ha ocurrido que la Casa se ha esmerilado demasiado cuando el mundo empezaba a ser de cristal traslucido.

Las grandes corporaciones empresariales y de todo tipo, hace tiempo que se vienen adaptando y han depositado el activo y el pasivo precisos en ese botijo imaginario que se llama comunicación. La relación constante con el entorno las hace más accesibles y creíbles, y sus errores y traspiés se llegan a disculpar con mayor facilidad. Ellos están sometidos al trasiego de los controles públicos y privados, a la sanción pública a través de los medios de comunicación, opinion pública, etc.

El Gobierno, un aparato de propaganda

El supuesto de nuestra Casa Real es aplicable a nuestros gobiernos. Éstos, a diferencia de la Casa, se han dotado de grandes aparatos de comunicación; claro que los dedican con preferencia a la propaganda y para defender a sus altos cargos. Esta es la mala comunicación, la que confunde el éxito con los vítores y la que cree que si un ministro aparece en televisión bien atildado es que el ministerio funciona bien.

No obstante, la Casa debiera estar preocupada pero no asustada. En realidad, lo que debe de hacer es un serio esfuerzo de adaptación. No está tocada de gravedad. Lo único cierto es que el marido de una de las infantas está en apuros, pero todos los demás se sitúan en el lado blanco del tablero y son muy respetados. Cuando todos los estudios sociológicos concluyen en que políticos y partidos, además de la mayoría de las instituciones públicas, están bajo mínimos en cuanto aceptación pública, el Rey continúa fuera de ese barcial.

La razón no está en que la Casa desarrolle unas relaciones públicas modélicas, sino que los españoles le tienen en una estima envidiable. Las causas son múltiples. Me quedo con una: la mayoría creemos que  el Rey es útil aunque parezca un contrasentido tratándose de un cargo representativo y casi simbólico. Nos hemos quedado con su actuación el 23-F, pero ese es solo el gesto heroico  más conocido; su mano está en miles de grandes y pequeños  afanes  políticos. ¡Que le pregunten a cualquiera de los centenares de ministros que han tomado posesión en su Casa qué valor tiene para España una carta firmada por el Rey y puesta en manos de los dirigentes del mundo!

Pero la Casa debe parar y meditar si  podrá ganar el futuro con semejante armamento. Son humanos, tienen problemas de entendimiento y convivencia. También, como cualesquiera, en ocasiones son atrapados por las pasiones. La buena comunicación ayuda a que la gente sepa y comprenda, y esté dispuesta a disculpar en su caso. Pero si el ciudadano llega a la familia real por lo que  transmiten los minutos de palacio de los  informativos  pronto creerán más los inventos y maledicencias que lo cierto, y no habrá director de comunicación que lo pare. 

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