Todo indica que ayer domingo empezó el baile que puede ser la recién estrenada legislatura. Todavía con timidez. Los sindicatos asomando muy poquito el canto de sus naipes y el gobierno solo afinando los instrumentos. El personal, es decir, todos nosotros, a la espera, sin respirar casi en este campo invernal y en crisis llamado España, a que empiece el concierto del nuevo mundo que nos trae el PP. El sonido de la cuerda llega áspero y las pruebas de voz nos traen aullidos entre pétalos.
La mayoría conocemos el estilo del grupo que va a sonar de inmediato: neoheavy. También tarareamos de memoria la melodía sindical: bolero-rap. Así que esto puede ir de desencuentro musical, aunque ganará el que más ruido meta. Porque este partido se juega a los decibelios. Que se lo pregunten si no a los sevillanos que descolgaban las bolitas del árbol de navidad al son de: «¡ Compañeros y compañeras!», y enfilan hasta la cuaresma bajo el trueno de: » ¡Todo lo que hacemos es por el empleo!».
Vivimos suspendidos de un mitin continuo mientras la vida fluye, es decir, el despido se pone al precio del tomate y la prestación por desempleo al equivalente a la limosna caída a la puerta de una iglesia. Todo apunta a que nos encaminamos, de manera real y muy dogmática, hacia la España de los setenta en cuanto a rentas y expectativas, sin otro consuelo que el de ser europeos y el recuerdo de que lo mejor ya lo vivimos. La pobreza como toda salvación es el nuevo credo y la sumisión a Alemania el nuevo paradigma de la dignidad.
Los que por esta vereda nos encaminan, sin embargo, aún sostienen que la responsabilidad de estar España patas arriba es de Zapatero y sus gobiernos. Pronto caerán de ese árbol las hojas que abrigan semejante demagogia, aunque en el entretanto el país seguirá crujiendo. Viene al caso traer ahora la advertencia de Clinton: ¡Son los mercados, Rajoy, son los mercados!. Cuando antes se den cuenta, mejor para ellos, mejor para todos.