Supremo

El Juez Baltasar Garzón
Fotografía: El Juez Baltasar Garzón

El presumible procesamiento del juez Baltasar Garzón por el Tribunal Supremo (junto con la crisis eterna) es el asunto político dominante de los últimos días. Los fieros de siempre, la jauría, los que le temen o se la tienen jurada van a por él. Los motivos no importan, van a por él. Y el de Torres se difiende como mejor sabe, atizando las llamas que siempre le calentaron: la prensa liberal y la izquierda. También llama a algunas puertas del mundo pues es nuestro juez más reconocido. Pero este sindios en plena agitación tiene más caras que la hipotética salida de la judicatura de un hombre meritorio. Detrás de todo está la dictadura del Franco y sus asesinatos, que el juez quiso averiguar en su número y paradero, y una dilatada biografía de Garzón llena de éxitos pero también de excesos y exhibición. Muchos poderosos no le perdonan que haya ido a por ellos hasta detenerlos «armado más de determinanción que de pruebas» y otros, sus compañeros de carrera, que le envidian o desprecian por su protagonismo y carisma y «sus mediocres instrucciones». Todos se mueven contra el juez con la determinanción del escualo. Nadie sabe donde terminará esta instrucción en plena erupción, aunque los más sensatos temen dos consecuencias sobre todo lo demás: una, que caiga un juez valiente a causa de venganzas revestidas con el oropel de la ley y, dos, que el Supremo, después de 34 años de la muerte de Franco venga a decir, por la vía indirecta de cargar contra el juez que quiso verificar sus crimenes hasta la búsqueda de sus restos, que dejemos al caudillo y sus excesos en paz. Nuestro Supremo no es cualquier cosa, representa la ley en España y es el responsable último de su mejor aplicación. La mayoría de sus magistrados, fiscales y secretarios saben que apartar de la carrera al juez andaluz como consecuencia de que quiso conocer en detalle las vilezas de la dictadura sería letal para su imagen en el mundo libre. Y no precisamente por lo que dice la nieta de Juan Negrín que los jueces que ahora le encausan «juraron fidelidad a Franco». Estas palabras son también un exceso.

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