La Crueldad

Termina el verano. ¿Cuántos toros, vaquillas, becerros, cabras, ovejas, perros y gastos, pollos, palomas, codornices…. hemos apiolado poco a poco y con placer entre bullicios, carreras, polvaredas y carcajadas?. ¿Miles, decenas de miles?,  ¿acaso son cientos de miles las piezas volteadas de forma violenta?. La verdad es que somos un pueblo record. De lo que no estoy seguro es si el número de lanzadas que recibe el toro de la vega, en Tordesillas, antes de tumbarse desangrado son admitidas por los estrictos anglos del guiness. En esta muerte ritual (?) de tantos animales indefensos somos líderes europeos. La única materia en la que la tradición ha volado por encima de la razón y las leyes, acaso la última sustancia sobre la que triunfa la crueldad  ante la infravalorada piedad (esa palabra falsa en boca de curas). Así somos. Basta preguntar a los lugareños por sus costumbres brutales para que no quede resquicio alguno de duda: «es la tradición», » siempre fue así». No alcanzamos a dolernos  ante el sufrimiento de los animales. No nos «han educado» esa zona de nuestra sensibilidad. Desconocemos la existencia de la piedad pero tampoco somos conscientes de que seamos crueles con ellos. «En este pueblo las fiestas siempre fueron así», nos responden plácidos, como si la tradición todo lo justifique y purifique. Los centroeuropeos (ellos también tienen sus costumbres ancestrales) se alarman, el nuevo ciudadano urbano español empieza a no dar crédito a lo que hacen sus primos del pueblo y los jóvenes reporteros que cubren para tantos programas banales de televisión los ejemplos más descollantes de estas algaradas bestiales pierden la compostura y ese perfil de imparcialidad que las escuelas de periodismo se esfuerzan en exigirles. Definitivamente, España en verano es un carnaval de sangre. Las autoridades deberían preocuparse por la persistencia y aún el auge, en casos, de este cáncer social que se alimenta de la tradición. No toda la acción pública debe soportarse en el cuantos votos gano, cuantos pierdo.

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